sábado, 2 de marzo de 2013

El dúo perfecto

Dicen que en el profundo amor a la Medicina existe también cierta empatía hacía la humanidad. El caso es que, cómo no vamos a amar a los humanos, a cuerpos y mentes con tanta complejidad. Me resulta fascinante. 
Lo que más me llama la atención es su capacidad regeneradora. Tiene solución para huesos rotos, órganos que estallan y carne desgarrada. Es capaz de regenerar células, tejidos e incluso órganos, como si volviéramos a nacer. Es decir, si por nuestra torpeza o inconsciencia resultamos heridos tenemos la seguridad de que hay algo que nos protege y nos repara; con la única condición de brindarle un corto o largo período de tiempo, dependiendo de qué tan profunda sea esa herida. Y quién dice que esa capacidad regeneradora, si sabe actuar a nivel químico-celular, no pueda actuar también sobre esas heridas que no se ven pero aún así duelen más que cualquier otra cosa; al fin y al cabo el dolor es energía, y la energía, como tal, se transforma constantemente. Nos duele, nos quema, nos hace sufrir, nos desmorona poco a poco y lo único que podemos hacer es esperar a que la regeneración actúe. El tiempo, fiel a sus principios, también ayuda. Forman algo así como el dúo perfecto. 
Las personas suelen buscar soluciones rápidas y sencillas, pero cuando la herida es tan profunda lo único que hacen es empeorarla. Al final, lo único que nos queda por hacer es respirar hondo, buscar el origen de la herida, soportar hasta que el dolor se calme, y una vez apaciguado, esperar a que la herida sane. De todo ello, nos autoconvencemos de que estamos por encima, superiores al dolor y al daño. A todos nos gusta pensar que somos fuertes, pero lo cierto es que no obtenemos más que una mísera cicatriz. Bueno, y experiencia para los optimistas.