domingo, 24 de febrero de 2013

Cuando se encienden las estrellas

Todos hemos pasado por momentos buenos, por momentos malos y por momentos peores. Lo cierto es que todos ellos forman parte de nuestras experiencias, de nuestras vivencias y, al fin y al cabo, de nuestra forma de actuar y pensar. A veces creo que somos infinitamente elementales, tan solo buscamos estabilidad, cierta tranquilidad, estar en un punto de equilibrio entre nuestras emociones, deseos, pensamientos y realidad.
Suspiramos, esperamos que pase aquel abominable huracán, e intentamos no demostrar ningún miedo o cualquier tipo de debilidad, ya que sabemos que el ojo del huracán no para de mirarnos. Quizá eso es lo que nos da más miedo. ¿Cómo nos verá? quién sabe, puede ser que tan solo nos rete sin juzgar, una competición donde gana el que tenga más paciencia, el que sepa esperar y disfrutar de la espera. Algo difícil.
La fuerza del viento pasa, su energía se disipa y marcha a otro lugar. Nos da tregua. Descansamos. Miramos atrás y, orgullosos de haberlo superado, nos sentimos más fuertes y preparados para afrontar lo que sea. 
El viento siempre va disminuyendo, en cierta medida progresa hacía atrás, llega un punto que aquel viento que tanto nos atemorizaba se convierte en algo agradable, en una leve brisa que nos acompaña. Su potencia inicial también se llevó aquello malo y nocivo que no nos dejaba avanzar, se fue y el contador vuelve a marcar cero. 
Puede ser que el huracán haya apagado momentáneamente miles de estrellas, que para nosotros tanto significaban; pero no hay que preocuparse, tan solo es temporal, y no hay mejor sensación que ver, de nuevo, como se encienden esas estrellas que creíamos apagadas para siempre. 




- Palabras que el viento a su antojo dirige.

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